José
Julio Pérez Díaz da la impresión de ser un hombre solo. Aunque se obstine en
ocultarla, la fuerza de su tristeza sale ganando: uno nota en él la melancolía
de un líder que, tal vez, siente haber
arado sobre el agua. Guardada las proporciones, hasta se podría evocar la
profunda desazón de Simón Bolívar, cuando le tocó hacer el viaje en barco por
el río Magdalena: enfermo y, prácticamente, vilipendiado por el mismo pueblo
por el que él entregó todas sus energías para otorgarle la libertad.
José
Julio ha hecho mucho por su Tabaco del alma. Desde que era un pueblo apacible,
enclavado en las estribaciones de la Serranía del Perijá, hasta mucho después
que el corregimiento de Tabaco dejó de existir, aquel fatídico 28 de enero de
2002.