Por John Acosta
María Bolaños leía el libro de más de 300 páginas, sentada
en una banca sin espaldar, debajo del
palo de mango que estaba en la esquina de afuera del patio de Juan Pertuz,
diagonal a la entrada del único colegio de bachillerato de Casacará. Yo acababa
de salir a recreo e iba a la casa de Juan a comprar un boli de guanábana.
Conmigo iban Silvio Macea, a quien, muchos años después, asesinarían los
paramilitares en Codazzi, y Germán Ramírez. “Mira el mamenúo que nos toca leer
en cuarto”, dijo Germán, mientras
señalaba el libro que María Bolaños tenía entre sus manos. Entonces, pude ver
con claridad la carátula. Arriba estaba el título: Cien años de soledad; en el centro, la fotografía a color del
rostro, surcado por las arrugas, de una vieja centenaria, coronada con un
sombrero de copa: una campesina de los Andes colombianos, la versión cachaca de
Úrsula Iguarán, protagonista del libro; debajo, el nombre del autor: Gabriel
García Márquez.