Por
John Acosta
La refundación de la
Universidad Autónoma del Caribe marcha a todo vapor. En el vergonzoso pasado
inmediato que precedió a la hoy orgullosa nueva universidad (nunca es más
oscura la noche como cuando está por despuntar la claridad del alba), la publicación
de un libro era un camino tortuoso en el que el autor claudicaba en el intento.
Los rodeos iniciaban con lo más sencillo del proceso: el registro de la obra
ante la Cámara Colombiana del Libro, pues nunca habían los míseros 70 mil pesos
que costaba el ISBN, que es como la cédula de ciudadanía del texto. El descaro
de la miserable actitud llegaba cuando el escritor debía sacar de su bolsillo el
dinero para obtener el bendito
reconocimiento de su creación, indispensable para la publicación de su trabajo.
Une vez registrada la obra, el autor debía esperar a que su libro despertara del
interminable letargo a que lo sometían porque en la litografía de la
institución no había ni papel ni tinta para el tiraje. Dos o tres años después
de que la suela del segundo par de zapatos del insistente creador se desgastara
de tanto ir a los talleres de publicación a averiguar por el estado del
proceso, le salían con un deshilachado pañito de agua tibia para que calmara un
poco la fiebre de publicar: le entregaban los tres (a lo sumo, cinco) únicos
ejemplares que pudieron parapetar.