19 mar 2015

El hombre que se parió a sí mismo

"Los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez": Gabriel García Márquez

Por Linda Aragón
Estudiante de Comunicación Social-Periodismo
Universidad Autónoma del Caribe

Su cuerpo no sólo se ha subido en los monumentales escenarios para llevar a cabo conciertos inolvidables alrededor del mundo: también se ha subido en  esos crudos y cruciales escenarios que la vida misma diseña para ponernos a prueba y enseñarnos lecciones inquebrantables. El trasegar de su pasado y presente ha estado tanteando los terrenos del éxito y la derrota, los aplausos y los abucheos, la humanidad y el engaño, el amor y la ingratitud, los viajes y los atolladeros, la vida y la muerte: fuertes contrastes que lo llevaron a bajarse de la nube en que estaba para que sintiera en los pies la textura rústica de la tierra que nos carga. Pero lo más emblemático de todo esto es que su talento nunca lo abandonó, siempre estuvo con él. La voz, el piano y el genio que lo impulsa a seguir componiendo le han dado a comprender que la música no es únicamente aquello que entra por los oídos, que es también lo que sale del corazón para enamorarse del mundo.



Franco Yacobo, artist colombiano   de   ascendencia   libanesa que nació en la Barranquilla de los años 70´s. Empresario musical, compositor, arreglista, conferencista, sonidista de música instrumental e instructor de técnica vocal de avanzada, que, cuando ejerce cada uno de estos papeles, se inspira en sus diferentes vivencias y evalúa las necesidades emergentes de la industria musical. Obedece a lo que piensa, siente y ve alrededor, buscando los sentimientos sensaciones del público universal; por  ello, cuando su música acompaña textos o proyectos visuales es posible percibir melodías aéreas que se mezclan con historias. Es un creador de ritmos contemporáneos que se desvela por los géneros new age, world, ambient, chill out y lounge.

Franco Yacobo, con la periodista Linda Aragón
La vida para Yacobo fue decisiva desde el comienzo. Sus padres, Fidel Yacobo y Marta Salazar, lo educaron con mano dura; creció en medio de una familia adinerada que se sujetaba a las determinaciones de las clases sociales de la ciudad, de modo que no le era permitido juntarse con amistades que no encajaran en sus hormas económicas. Jamás le perdonaron una “pilatuna”; el hecho de desarmar los carritos de juguete le salía caro. El ser músico para ellos significaba ser nada en la faz del planeta porque, entonces, su hijo se quedaría estancado amenizando fiestas y eventos. Sin importarle tales concepciones acartonadas, Yacobo forjó su garganta a medida en que descubría con entrega las canciones de Julio Iglesias y de Raphael.

En su esencia habitaban el canto, la aviación y el gusto sublime por comunicarse con su soledad a través de las teclas del piano, pasiones inmutables que le dibujaban en su mente las escenas del éxito, de ahí que cuando cantaba y veía pasar un avión por la ventana, la piel se le erizaba y sentía magia en las tripas. El amor se lo dio él mismo cantando, pues en la casa nunca lo halló.

El gusto por la ingeniería de sonido surgió con la rebeldía; nunca quiso seguir los protocolos de la gramática musical. Justamente, en una ocasión, mientras recibía las clases de piano, la profesora Viola Camacho le forzaba sus pequeñas manos para que aplastara con vigor el teclado, y, por este motivo, Yacobo decidió no regresar a adoptar más sus enseñanzas, de manera que prefirió aprender por sí solo vendándose los ojos y acariciando los contornos del piano para explorar y memorizar los sonidos de las teclas blancas y negras poco a poco. También se decidió por estudiar técnica vocal apoyándose en la talentosa solista Julita Consuegra, en las orquestas de Joselito Martínez y Joe Arroyo.

El roce fugaz con la cúspide de la fama

Obligado por sus padres, tuvo que desprenderse de la música para iniciar en Bogotá la carrera de arquitectura. Detestaba el atrevimiento de los profesores a la hora de desentechar las maquetas y desbaratar los planos. Se bajó del tren de los ritmos y melodías, pero no le fundieron el deseo de aprender aviación; por tanto, se dispuso a estudiar diseño de interiores en Taller Cinco, con la excusa de estar cerca de la escuela Aeroandes. Impulsado por su amiga Dafna Goldstein, visitaron esta academia para corroborar sus expectativas. Entraron a un salón con forma de miniaeropuerto en donde un profesor bogotano, gordo y con bigotes, enmudeció a toda la clase al preguntar sobre los procedimientos ineludibles en el instante en que la torre de control daba autorización a la tripulación en plataforma. Después de un caótico silencio, Yacobo levantó la mano con gallardía y  respondió:

Se pide remolque para instalar el avión fuera del muelle o del túnel. Se conduce hacia la plataforma de carreteo, momento en el cual se da autorización para que el remolque se desconecte. Luego, el jefe de plataforma, a través de unos audífonos que van en el tren de aterrizaje delantero, se comunica constantemente con la cabina, hasta un punto en que se despide de la tripulación. Después, quita una banda que se ubica en el tren delantero y procede a revisar que las puertas de carga estén cerradas y que los estabilizadores estén configurados.
                                                                                                              
Cuando finalizan estas operaciones, el jefe se aparta del avión, de ahí, el piloto pide autorización para abandonar la plataforma; momento ideal para hacer los chequeos de take off, del sistema hidráulico y de la temperatura de los motores.  Al terminar esto, se aceleran los motores, se despliegan los sustentadores, se examinan los elevadores y se diligencia el timón. Cuando el jefe de plataforma exhibe la tira roja dando a comprender que el artefacto tiene vía libre para comenzar el viaje, se incrementa la velocidad hasta un punto determinado, se impulsa el morro o la palanca hacia atrás, el avión levanta su nariz, deja el suelo reforzado por la energía de las turbinas y se guarda el tren de aterrizaje. Finalmente, cuando se consigue la altitud adecuada, se disminuye la velocidad y se activa el piloto automático. 


Al terminar de escuchar la contestación, el profesor se acomodó el pantalón y expresó:

- ¿Cómo puede usted saber eso si ni siquiera ha hecho el primer mes de aviación?
- Yo soy muy curioso, por eso me atreví a levantar la mano. Si a usted no le parece lo que dije, entonces, me salgo del recinto- contestó Franco.
¡Cómo es posible que este aparecido sepa la respuesta, y ustedes no! Tiene una beca para estudiar aquí por tres meses. Su respuesta fue brillante.

Aprovechó semejante otorgamiento, se destacó como un alumno ilustre. No obstante, cuando sus padres se enteraron de lo que estaba pasando, lo sacaron de Aeroandes con el argumento de que ser piloto era lo mismo que ser un chófer corriente. No lo pensaron dos veces. Franco se regresó.

Cansado de que sus anhelos fueran truncados, se acomodaba en la sala de su casa cotidianamente a hacer nada, no movía un solo dedo, con la intención de hacerse visible y provocar a sus padres para que le preguntaran sobre su proyecto de vida.Y así fue. Un día su mamá se acercó y le dijo:

- ¿Tú qué quieres hacer?
- Quiero crear música. En Estados Unidos puedo estudiar ingeniería de sonido.
- Te pagaremos la carrera.

Pidió con gran insistencia un sintetizador, y cuando por fin tuvo un Roland XP80 descubrió una parte que no sabía de él: la destreza para componer música instrumental contemporánea. Una madrugada compuso la canción “Oshon in my way”, y cuando la escuchó sólida y terminada por primera vez, se desnudó y la bailó imparablemente hasta que se desmayó por el cansancio. En la mañana, lo hallaron recostado en el piso, todos pensaron que había enloquecido; no obstante, para él dicha canción significó parir a un hijo. Comenzó a explorar los rincones de la música hasta que encendió las bombillas y creó su propia producción discográfica. Después de esto, viajó a Estados Unidos. Conoce a Shakira, por lo que los padres de la cantante habían tenido contacto con Fidel y Marta. Gracias a la barranquillera, Franco consiguió una cita con Jairo Martínez, quien en ese momento era el director de promociones y relacionista público de Emilio Stefan. Mientras esperaba su turno veía entrar y salir a varias personas de la oficina.  No perdió la ilusión. Al pasar unos minutos, salió Jairo y preguntó:

- ¿Quién falta?
- Hace falta Mr. Franco- respondió la recepcionista.

Franco pasó a su despacho y le entregó su disco titulado “Visions from an aires”; las piernas le temblaban. Ese momento le produjo una implosión de emociones inexplicables. En todo el complejo de oficinas se escuchaban las canciones del barranquillero en busca de la victoria; todas las secretarias se aglomeraron para descubrir quién era su autor; la misma Gloria Stefan asomó las narices. De la curiosidad no se escapó nadie. El CD dejó de sonar, Jairo lo guardó y encima le colocó un papel. Entonces Franco le dijo:

¿Lo va a botar?
- ¡Tú no te das cuenta que este papelito significa que lo estoy destacando! Emilio decidirá.

Mientras esperaba la respuesta definitiva de Emilio Stefan, empezó a endulzarse la vida saboreando uno de sus mayores sueños: el inicio de sus estudios de ingeniería de sonido en San Francisco, California. Conoció el universo de los famosos, el mundo de las entrevistas y los cielos de chicas hermosas en busca de poder y popularidad. Entre tantas aventuras nunca halló las pistas del amor. La fantasía era su segunda piel.

Se graduó con honores, pero la llamada de Stefan nunca llegó. Al ver que su proyecto musical no avanzó, se acercó una vez más a las oficinas del productor cubano, y descubrió que su disco fue robado enigmáticamente por una casa disquera desconocida, pues jamás lo registró con los derechos de autor. Fue como si le desvalijaran media vida y le hicieran añicos las ilusiones. Como una estatua arrojada desde las alturas, se desplomó al tocar terreno.


También tocar puertas es un arte
Aunque los créditos de su CD fueron robados, él lo seguía mostrando, le pertenecía por naturaleza. A partir de ahí, su destino se encaminó a Bogotá donde conoció a Álvaro García, el cual era en ese entonces director de Noticias RCN. Le propusieron hacer música para la programación noticiosa; sin embargo, esto no trascendió. Asimismo, hizo un intento con Sony Music, y, justo cuando iba a firmar el contrato, se lo quitaron de las manos. Después se acercó al Canal Caracol, conversó con Hernán Orjuela, pero no se llegó a un acuerdo. Y, por último, se dirigió al reconocido edificio de cristal donde está ubicada la Cadena Melodía de Colombia, siendo recibido por Gerardo Páez, su disco por fin sonó por un tiempo. Allí realizó cortinillas para los noticieros radiales. Indistintamente, las cosas no fueron más allá.

Ya cansado, en medio de rodeos y de trabajos en vano, aquel artista que rozó la cúspide de la fama y que conoció al mosaico ampliado de productores, cantantes, modelos y actores, se instaló en un pequeño parque de Bogotá para dormir las siguientes noches de su vida; en tal lugar se encontró a un mendigo que le reprochó:

- ¿Qué hace aquí si está tan bien vestido?
- Llevo días sin comer – respondió Franco.
- No lo voy a atracar, sólo regáleme una moneda.
- No se la puedo dar. Lo que necesito es una banca para dormir.
- ¿Por qué?
- Me quedé sin nada. 

Durante cinco noches, el vagabundo le cedió la banca al triste compositor.  La policía intentó llevárselo del sitio; no obstante, allí estuvo todo ese tiempo convencido que debajo de la elegante vestimenta estaba un don nadie que antes de llegar al parque había sido un bufón, aunque moderno, ya sin el representativo gorro de cascabeles, pero al fin y al cabo era un bufón como todos los artistas que buscan reconocimiento abusando de sus dotes y de la máquina sexual para terminar siendo un pedazo de figura pública; un pasajero del tan prometido vuelo hacia la gloria que termina encarrilándose hacia el sol.

Entretanto, pidiendo monedas consiguió reunir lo suficiente para llamar a su casa con el objetivo de que le enviaran los pasajes. Su madre los envía. Y nuevamente se regresó a Barranquilla. Llegó con las esperanzas dormidas en el suelo, sin norte y sin sur. Desorbitado. Sin un faro que alumbrara su oscuridad. Sólo se le encendió un cerillo cuando recibió una llamada en la cual lo invitaban a crear y producir las melodías para el tratamiento televisivo de la III versión de los Premios de Periodismo Mario Ceballos Araújo.

Cuando un artista se obliga a renacer
Su eco y su sombra dejaron de sobrevivir solos; al parecer habían encontraron sus complementos cuando se casó con Jenny, quien era la directora de bacteriología de todos los laboratorios de Saludcoop en Boyacá. En el Hotel Estelar La Fontana fue la boda. Franco dijo “sí” como un títere que no se dio cuenta que esa palabra monosilábica era un protocolo, que el desafío consistía en comprometerse de verdad, razón por la cual las consecuencias fueron soeces. Luego de seis meses, la química se les volvió veneno; a medida en que se conocían sus diferencias iban tejiendo distancias; y, cuando las paredes de la casa se convirtieron en la cura de los problemas, todo terminó.

El eco y la sombra siguieron solos, hasta cuando conoce a una mujer llamada Sofía, la cual no era aceptada dentro de la clase social de los Yacobo, por lo que se escaparon juntos a vivir a Campo de la Cruz. Por estar detrás de unas nalgas, tuvo que enseñar música e inglés pasando de colegio en colegio y soportando el sol. Al tipo citadino que había sonado la bota en Miami, después de todo le tocó levantar polvorín. Sobrevivía con un par de zapatos, dos pantalones y tres camisas. La situación se tornó insostenible, de ahí que se devolvieron a Barranquilla. “Yo lo vi llegar flaco, negro y triste”, me comentó Nancy Otero, la nana que lo vio crecer, su segunda madre. Así, la relación con esta mujer culminó en el momento en que se dio cuenta que el peligro de unas nalgas podría hacer temblar su vida. Issa y Salma Yacobo fueron las semillas que dejó su fugaz vínculo.

El estado de salud de Franco entró en declive, enflaqueció y perdió la capacidad para hablar, comer y levantarse. Una noche, mientras dormía, soñó una batalla campal entre el demonio y el bendito, ambos deseaban su vida; poco a poco su cuerpo y espíritu iban atravesando un túnel que conducía hacia una intensa luz. En ese trayecto iba mirando todas las caras que había conocido hasta ese entonces. Sin embargo, logró despertarse. Su sueño profundo casi se convierte en un sueño eterno. De ahí consagró una relación con Dios. Paulatinamente, se fue reponiendo. Se obligó a parirse a sí mismo.  Fue, entonces, cuando los jóvenes amantes de la música empezaron llegar a su casa para recibir sus clases y para aprender a pintar en la voz todo aquello que no podían alcanzar a su corta edad.
Desde entonces, ha venido desarrollando un don hermético que le permite desnudar el interior de las personas. Puede ver más allá de la transparencia humana, describe el alma de quienes se le acercan, y se atreve a prevenir, aconsejar, impulsar y sujetar. Nancy me dijo que cuando él le cuenta lo que le va a pasar le da miedo, y que prefiere que guarde silencio porque siempre acierta.

Infinite Ways Entertainment es el centro de medios que hoy dirige. Muy pronto lanzará al mercado mundial su segunda producción discográfica que cuenta con una fusión de sonidos árabes. Escenarios que le han permitido relacionarse con una de las voces más célebres en Latinoamérica, Gustavo Niño Mendoza, quien lo considera como un buen amigo y un compositor impresionante; Niño me contó que la música es un tema infaltable cada vez que se reúnen en Bogotá.

El artista que está renaciendo ahora aprovecha sus ratos libres para sentarse en la recepción y platicar con los porteros. Ha vuelto a creer en él y en el talento de los jóvenes costeños. “Franco es un excelente propietario, charla con todo el mundo y se demuestra alegre”, me expuso Rafael Ramírez, uno de los celadores del edificio Las Palmas, donde reside Yacobo.

Ya no es el tipo que se desabrochaba la camisa para mostrar la hombría en el pecho y la cadena que le pendía al ritmo de su caminar; el espejo le ha estado diciendo que el cabello se cae y que el cuerpo se viste según lo indique el clóset del tiempo. Sin embargo, las arrugas no hacen fiesta en su cara, tiene 45 años, y aún se ve joven; pareciera que en él aplicara la célebre frase de Shakespeare: “un hombre que no se alimenta de sus sueños envejece pronto”. Ahora, luce una barba afeitada y unas manos sutiles que siguen tocando el piano. Al componer las melodías, lo hace como un niño cuando juega o como un anciano cuando disfruta el vaivén del asiento; lo hace sin saber que lo hace, pero con la certeza de que alguna persona lo contempla.

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