2 ago 2011

La crónica y el Nuevo País

(Fragmentos de la conferencia sobre Nuevo Periodismo para un Nuevo País, dictada por Juan Gossaín en Riohacha, el 3 de agosto de 1991, durante el seminario Actualización en Radio, Prensa y Televisión)

Esta mañana se dijo aquí, anticipándose a lo que yo iba a decir, que dentro de este panorama del Nuevo País y del nuevo periodismo y del nuevo periodista colombiano, se ha ido perdiendo la crónica en los periódicos. Esa crónica sabrosa, de ambiente, en la que se mezclan rasgos literarios con hechos periodísticos. Yo debo decir que lo que ha desaparecido es la crónica, pero no los cronistas. Me aterra pensar que los periódicos están eliminando al cronista. La respuesta que le dan a uno siempre es "se acabaron los cronistas".


Pues, si sólo fuera por ese motivo, por el que les voy a contar, mi viaje a Riohacha quedaría justificado plenamente por una crónica que leí en una modesta publicación, que se llama Zona Norte, en donde hay un texto que, según me cuentan, es de un joven que me presentaron ahora aquí, yo no lo había visto, que se llama John Acosta, sobre una maestra en La Guajira, de cómo se va todas las mañanas caminando, un pedazo en carro y otro trayecto en el barro, a dictar clases a sus alumnos (Lea aquí la crónica a la que se refiere Juan Gossaín sobre la maestra de vereda).

Lo que deben hacer los grandes periódicos es rescatar a esa clase de cronistas y no partir de la base inversa de que como se acabaron los cronistas, se acabaron las crónicas.

La crónica es el lado amable de la vida periodística. Cuando uno llega, en un periódico, a una verdadera crónica, después de haber leído todas las noticias terribles y los análisis profundos, le pasa lo mismo que cuando llega a la cama en la noche, después de un día agotador. La cama es reparadora, bueno: la cama sirve para otras cosas, pero estoy hablando de la utilización para el descanso. La crónica ejerce la misma labor terapéutica de la cama. Por eso no puede desaparecer en el periodismo del Nuevo País.

Tengo, sin embargo, la sombría sensación de que sí está desapareciendo. Pero me queda la esperanza, guardo la convicción de que los responsables de los medios de comunicación comprendan que, habiendo cronistas, no tiene por qué dejar de haber crónicas. Lo que hay es que reivindicar el género ahora, en el Nuevo País, porque en el pasado inmediato lo que nos apabullaba a todos era la noticia escueta: un país que, a una velocidad de alud, producía noticias cada quince minutos, casi todas trágicas. Yo espero que las aguas de la nación, con ese optimismo de que hablé al comienzo, vuelvan a su cauce normal. Y, entonces, podamos disfrutar de esas crónicas.