19 ago 2011

Prólogo a Un corazón dentro del fusil

Hay segundad de que la cacofonía lo embarga en uno y otro lado de la balanza que nivela su criterio y su visión universal: la impaciencia y la impotencia confrontadas a la ciencia. Las primeras parecen emanar de la subordinación que le obliga su ámbito. En cambio, la sistematización, metodología y rigidez de los conocimientos lo desespera y le impide el progreso de su espíritu creador y espontáneo.

Acosta Rodríguez (1965- ) cristaliza sus inquietudes literarias a partir de las vivencias. De las propias y de las que puede rapar a otros que las dejan pasar inadvertidas. Construye recuerdos y sueños, que aún no deberían considerarse como frustrados, pero la proyección de las experiencias conducen a una conclusión concatenada que difícilmente puede desviar el curso del que él prevé.


A esa concepción puede atribuirse su sendero repleto de etapas casi permanentes. Por momentos, pareciera que una erupción fortísima de osadía ímpetu lo envolviera como una armadura muy densa para rivalizar contra el mundo vano, trivial y divergente que constantemente censura. Pero, también pasan muchos días de reposo. Son lapsos de encierro, de quietud. Lo importante es que no son de complacencia, sino de agotamiento y casi de frustración. Insiste, no obstante, en dirigir la flecha de su arco hacia un esquivo insecto que nunca se posa en superficie alguna. Sí, dispara al aire sin atinar, guardando la esperanza de, por lo menos, herir ese zumbido que lo atormenta. En su insomnio y en el camino que conduce a la inanición están concentrados sus inquisidores.

Unas veladas obligatorias no dan tregua a la misión impuesta en sus escritos, como si una exigencia incomprensible lo quisiera mantener por siempre dedicado a una tarea desconocida, que imperativamente debe transformar: al refugio de la vanidad, a la guarida de la mentira y la hipocresía; tal vez, al temible hogar de los intereses o las cavernas mundanas. También, el crujido de su vientre, falto de alimento, pretende satisfacer la necesidad, no tanto del cuerpo, como sí de un alma hambrienta de sencillez, de honestidad y de simpleza ante las grandezas naturales que los opositores buscan disfrazar con mantos fríos y una brillantez opaca.

Y es en una muestra universal, condensada en una metrópolis variable y anarquista, donde las ilusiones se estrellan. Contra esos anchísimos pliegues de concreto se desvanecen, con añoranza, el calor atmosférico y humano que proviene del Caribe, del palo de mango, de los caminos polvorientos, de las casas de bahareque y paja, de palabrejas sin V y sin "s", de sumisas muchachas que una vez tomadas por la ciudad aprenden de amores pasajeros y de castas dominantes.

Claro: el amor. La más grande complejidad atribuida al hombre. Esa necesidad que parece no culminar. Ese sentimiento que elucubra y dilucida. La majestuosa sensación de humanidad que distingue nuestro género. Así, como derramando la fe, se busca un amor para transmitirla. Con ira o con ternura. Aunque sea un amor fugaz, como son sus encantos. Quiere, gusta, se enternece y se enfurece, pero no ama, todavía, finalmente.

Sólo se amará a una mujer cuando las cualidades de ésta no sean usurpadas jamás por los encantos de otras. Que por más que conozca femineidad tras femineidad, sea sólo la muestra la que nos embargue. Cuando los ojos se dirijan a todas, pero el corazón únicamente a “ella”.

No obstante, cada candor a pesar de su paso efímero deja muestras. Dolorcillos acumulados y sopesados con paciencia. En ocasiones, pareciera que la desilusión y la tristeza lo llenaran tan sólo a él. Y la humanidad olvida con frecuencia qué tan trágico es para un niño observar cómo cae la ansiada golosina al suelo, como para un emperador es la caótica pérdida de su reino. Cada quien, en su universo íntimo, experimenta las ruinas y los logros. Todos asimilan la vida a su manera y deducen de ésta. Pero muy pocos presienten que, a su modo, cada uno sufre y goza. He ahí la prueba.

Para ustedes, con aprecio, desde el rural Caribe colombiano, una vida. La de John Javier Acosta Rodríguez, en un compendio de relatos similares vivencias de todos... de una u otra manera.

Jairo Enrique Valderrama Valderrama
Profesor de Tiempo Completo
Universidad de La Sabana
Bogotá

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