Por
John Acosta
Mi querido padre Nacho: ya
hace más de 20 años que no sabía de usted y vine a saber hace pocos días,
cuando el domingo 2 de septiembre me senté en el balcón a leer el diario La República del día anterior, sábado
primero de septiembre: “Adiós a Ignacio Gómez Lecompte, un sacerdote ejemplar”,
me encontré de repente con ese titular y una foto suya que me sorprendió mucho:
canoso ¡y de sotana blanca! Pero, por supuesto, con esa sonrisa sincera que le
conocí en mi adolescencia. Le voy a
confesar algo, que sé que no le va a gustar, padre Nacho: se me aguaron los
ojos de ira y de impotencia.