7 feb 2012

Mientras los pescados esperan en el patio


Por John Acosta

La entrevista fue corta. Cuando llegamos a la tienda, Vicente Gutiérrez atendía con afán a uno de sus clientes. Tenía prisa: en el patio lo esperaban dos docenas de pescado para escamar. Al ver las caras conocidas de los dos funcionarios de la Fundación que me acompañaban, sonrió. "Buenas", dijimos.

-Yo no estoy atrasado en ninguna cuota- dijo, en son de broma, antes de contestar el saludo.

Por fin encontré la felicidad


Por John Acosta
  

A los 14 años de edad, me fui de San Juan del Cesar, mi pueblo. Mi papá se mudó para El Molino, una población cercana, en busca de una tierra para poder cultivar el maicito y la yuquita. Con él, nos llevó a todos: a sus quince hijos y a mi mamá. Sumida, entonces, en el candor de mi adolescencia, jamás imaginé las muchas necesidades que me deparaba el destino.

En El Molino me puse a trabajar en una casa de familia. La pobreza de mis padres no permitió que ellos educaran a sus hijos. Y los hermanos mayores tuvimos que laborar en cuanto oficio decente nos saliera. La señora donde yo trabajaba me daba repasos de lectura en las cartillas con que sus hijos iban al colegio. Después, me puse a estudiar por mi cuenta. Con lo que me ganaba, colaboraba en el sostenimiento del hogar de mis padres y pagaba mis estudios. Creo que hice hasta segundo año elemental, no recuerdo exactamente. Pero en la escuela de la vida aprendí a sumar y a restar. Ahora saco cuentas de millones, cuando me llegan a la tienda.