Por John Acosta
El sastre no había advertido la presencia del joven. Estaba concentrado en el oficio de su vieja máquina de manigueta. Azotado por el calor que se le metía a raudales por la puerta que daba a la calle, el hombre le pegaba la cremallera al primer pantalón del día. Tenía el clásico metro de tela colgado en el cuello. Sobre El Copey, municipio del departamento del Cesar, no asomaba ninguna nube que apaciguara en algo la intensidad de los rayos solares.
El joven no sabía si carraspear para hacerse notar o saludar o decir de una buena vez a qué había ido. No esperó más. Su decisión inquebrantable de buscarle horizonte a su vida, le dio las fuerzas suficientes para enfrentar aquella realidad momentánea, aunque decisiva. "Buenas", dijo. El sastre levantó la vista sin interrumpir su labor. "Sí, ¿a la orden?", dijo. Armando Sierra Gutiérrez no supo qué responder en ese momento. Sintió el recorrido lento que hizo la fría gota de sudor desde su cuello hasta donde termina su espalda.