12 feb 2012

El sastre inicia su imperio


Por John Acosta


El sastre no había advertido la presencia del joven. Estaba concentrado en el oficio de su vieja máquina de manigueta. Azotado por el calor que se le metía a raudales por la puerta que daba a la calle, el hombre le pegaba la cremallera al primer pantalón del día. Tenía el clásico metro de tela colgado en el cuello. Sobre El Copey, municipio del departamento del Cesar, no asomaba ninguna nube que apaciguara en algo la intensidad de los rayos solares.

El joven no sabía si carraspear para hacerse notar o saludar o decir de una buena vez a qué había ido. No esperó más. Su decisión inquebrantable de buscarle horizonte a su vida, le dio las fuerzas suficientes para enfrentar aquella realidad momentánea, aunque decisiva. "Buenas", dijo. El sastre levantó la vista sin interrumpir su labor. "Sí, ¿a la orden?", dijo. Armando Sierra Gutiérrez no supo qué responder en ese momento. Sintió el recorrido lento que hizo la fría gota de sudor desde su cuello hasta donde termina su espalda.

Soy profesora por devoción y negociante por oficio


Por John Acosta

Siempre era así. Su hermano venía ocasionalmente de Medellín con las últimas modas de la fábrica textil de la capital de Antioquia. Trabajaba en esa empresa antioqueña y, cada vez que tenía la oportunidad, le traía a Juana Isabel Brito Molina, la hermana consentida, mercancía para que ella pudiera complementar con esas ganancias su frágil sueldo de profesora.

Cuando lo veían bajar del taxi con las dos o tres cajas de ropa nueva, abrumado por el calor al que ya se había desacostumbrado, irrumpían en manada a la casa. Llenaban la sala, miraban con avidez las prendas olorosas a nuevo y se medían en los cuartos las que creían les quedaban más bonitas. Hasta que Juana Isabel Brito Molina tomaba de nuevo las riendas de su negocio fluctuante y ponía orden a la euforia de sus clientes. Agarraba su libreta de apuntes y anotaba los nombres de quienes fiaban la mercancía.