21 feb 2012

Maicao atrapó al tapicero aventurero

Por John Acosta

Fueron días terribles.  Llenos de soledad, de sol, de brisa, de polvo, de ansiedad. Lo peor de pasar por situaciones difíciles, es, precisamente, el momento en que se viven. Porque, después, queda el orgullo inmenso de haberlas superado a todas y la satisfacción de poder mostrarlas a los hijos como el más grande trofeo ganado en las duras batallas de la vida.

De aquel palo de trupío no queda nada. Sólo los recuerdos perversos se asoman a la mente, de vez en cuando, por la ventana siniestra de ese pasado cruel. Hernando Edgar Hernández Atehortúa lo sabe. Y, por qué no decirlo, siente nostalgia por el palo que le cobijó la vida durante los tiempos duros en que él tuvo la osadía de lanzarse a construir su propio sueño: trabajar para sí mismo.

Maicao ya era, entonces, la aldea persa que se cocinaba a fuego lento bajo el calor de negocios de toda índole, en el departamento de La Guajira. Hernando Hernández había llegado allí por la misma razón que los centenares de colombianos que arriman diariamente a ese municipio fronterizo: de compras. Su intención, como la de todos, era regresarse el mismo día. No se regresó nunca.