11 mar 2012

Mi vieja compuso un verso para la vida


Por John Acosta

Los muchachos traían la algarabía de siempre. Allá arriba, en el firmamento, la luna brillaba en todo su esplendor. Las nubes de polvo que levantaba el camión, en su andar tortuoso por la carretera sin pavimento, se posaban en los montículos que estaban a los lados de la vía. Esa noche, la gente estaba más feliz que de costumbre porque les había ido bien en los campos algodoneros. Eran las nueve pasaditas. Y la mayoría de los pasajeros venía sin almorzar todavía.

Sin embargo, estaban contentos. No sólo era lo habitual después de que regresaban del trabajo, sino que, además, ese día no llovió y el carro pudo bajar sin atollarse en los barriales que se formaban. Antes de llegar al Batallón, algunas de las mujeres que venían en el camión les advirtieron a los muchachos que se callaran, pero ellos siguieron con su gritería de adolescentes.