Por John Acosta
Los estudiantes caminaban en fila india.
Adelante iba la banda de guerra del colegio con las bastoneras más hermosas
que había concebido el mundo hasta entonces. Habían sido escogidas entre las
jovencitas del quinto y sexto año de bachillerato, no tanto por su rendimiento
académico como por la magia estética de sus bellezas. La calle estaba sin
pavimento. Los perros, asomados en las rendijas de la cerca de sus casas, miraban
asustados el polvo que levantaban los pies de aquella marcha estudiantil.