Por John Acosta
El tren estaba cargado. La suave y
persistente brisa mañanera se contoneaba con libertad por el espacio, lleno de luz, de la atmósfera guajira. Traía consigo
el ruido lejano de la maquinaria pesada que laboraba en el área de la mina. El
sol había salido sin dificultad detrás de las últimas ramificaciones de la
Serranía del Perijá. Y se alzaba impetuoso, sin que ninguna nube interrumpiera
su andar monárquico. Eran un poco más de las seis.