Por John Acosta
Los perros miraban con ansia el trozo de carne
que Aura tenía en sus manos. La mujer estaba sentada en un asiento de cuero, recostado
en la pared de barro rústico de la cocina, abriendo la carne que había comprado
esa mañana en el matadero del pueblo. El cuchillo perdía el filo por momentos y
Aura lo rastrillaba en la piedra de amolar que tenía a su lado para esos casos
de emergencia, y continuaba con su labor feliz de cocinera sin sueldo.