Por John Acosta
El amanecer del primero de enero del año 2000 sorprendió a la profesora Anida de
los Remedios Meza Uriana con la noticia de la muerte de su hijo mayor. Ella había
madrugado ese día a comprar los últimos detalles del desayuno y, en plena calle, se encontró con una joven que lloraba desesperada
porque se acababa de accidentar un carro donde viajaban seis muchachos del
pueblo. La profesora corrió hacia la casa de los dueños del automotor con los
ojos inundados de lágrimas por el pesar del dolor ajeno. Allá, alguien se le
acercó y le dio la noticia: "Ve, Anicia, yo creo que tu hijo también iba
ahí".