Por
John Acosta
Debió haber sido a las ocho
de la noche, ya que después de esa hora era demasiado tarde para que un niño de
esa edad anduviera por fuera de su casa; sin embargo, tuvo que haber sido
pasada las siete, pues antes era imposible que comenzara un baile de esa
magnitud en el pueblo. Lo cierto era que yo estaba ahí, impávido, de pie frente
al puestecito de venta ambulante, viendo llegar a los compradores casuales, que
querían provisionarse de lo necesario afuera, que era más barato, antes de
entrar a la caseta comunal a disfrutar de la música en vivo del conjunto
vallenato que esa noche amenizaba la verbena, donde, por supuesto, “lo
necesario” era mucho más caro.