Por
John Acosta
Juan José Trillos no se
cambiaba por nadie. Su esposa, Lucero Arias, le había dado en el clavo: como
regalo del vigésimo aniversario de su matrimonio, se irían de viaje para Cuba,
la isla de los sueños de Trillos. Sería
el plan perfecto para festejar felices semejante logro, en una sociedad contemporánea,
donde nada dura mucho tiempo, ni siquiera el amor. Sería una segunda luna de miel en el paraíso
socialista que ambos querían conocer. No obstante, Avianca se encargaría de
convertírselas en una luna de hiel: le cambiaría la dulce y tierna “m” por la
áspera y amarga “h”.