26 may 2013

Diomedes Díaz, de El Chivato a El Cacique de La Junta

Por John Acosta @Joacoro

Yo veía que mi abuela no podía dormir. Se revolcaba de un lado a otro en su hamaca, se sentaba con sus pies colgando, se volvía a acostar con la cabeza ahora para otro lado. Me hacía el dormido para ahorrarle a ella la angustia que le causaba el hacerme preocupar por su insomnio.  A veces, le sentía su chancleteo  cuando iba hasta la sala a servirse un vaso de agua de la jarra que ella ponía en la mesa para no tener que salir a media noche hasta la cocina, que quedaba en la mitad del patio. La música entraba nítida por las soleras de la casa. Venía desde la Caseta Comunal, como llamábamos en La Junta (Haga click aquí para leer crónica sobre La Junta), el pueblo del alma, el sitio amurallado donde se hacían las verbenas. Yo estaba seguro de que no era el concierto en vivo, que llegaba a todo timbal hasta el aposento, lo que la trasnochaba. Sabía, además, que hasta que no botara lo que la atragantaba, mi abuela no podría conciliar el sueño. Entonces, lo soltó, sin ningún pudor, en voz alta, pero para sí misma, pues los únicos que estábamos en casa éramos los dos y ella me hacía fundido. “No sé qué tanto le verán a un hombre que lo único que hace es gritar”, pudo decir, al fin, con rabia.

Esa noche cantaba Diomedes Díaz y mi abuela se refería a él. Con que era eso. Yo tendría ocho o diez años de edad. Diomedes tendría unos 20 y acababa de grabar su primer álbum musical. Para los niños junteros de esa época, el que un joven tuviera el atrevimiento de desafiar a la pobreza para empezar a labrar lo que quería, era motivo de orgullo. Por eso, no me dio la gana de seguir fingiendo que dormía y tuve el abuso de contestarle a mi abuela. No solo eso, sino, además, contradecirla: “Será la única persona en el mundo que piensa así porque le aseguro que esa caseta debe estar atiborrada de gente”, le dije.

23 may 2013

Mingo Martínez: la jugadé del francé está en la E


Por John Acosta

La voz salió nítida, potente: quebró de un tajo el silencio de la noche, ahogando, incluso, el molesto zumbido de los zancudos. Era la primera vez que mis oídos de adolescente escuchaban la fulguración que emanaba aquella garganta. La dicción, por supuesto, aunque caribeña como la mía, era un poco más golpeada, muy digna del sector geográfico donde se había desarrollado: la mía tenía la tonalidad musical de la tierra de Francisco El Hombre; la de él, el impacto avallasador de los habitantes ribereños del gran Magdalena. En todo caso, ahí estaba el destello de sus palabras.  Jairo lo escuchaba con la sonrisa de quien sabe lo que viene porque siempre se hacía acompañar de esas ocurrencias chistosas. Yo, en cambio, estaba a la expectativa. Hasta que terminó el primer corte. Entonces, solté, intempestivamente,  mi carcajada. Es que ese final me estremeció.

22 may 2013

El verbo apropiado en la noticia

En la página 34 del libro Manual de estilo, escrito por Nubia Camacho, está el ítem 4.2. Verbos apropiados. Los estudiantes de comunicación social de la Universidad Autónoma del Caribe deberán leerlo, analizarlo, estudiarlo, reflexionar sobre él y responder este foro, de acuerdo a las indicaciones entregadas en clases y en el Tema 5 del Aula Virtual del Alma Máster. Este es el link del libro: Haga clic aquí para ir al libro Manual de estilo, de Nubia Camacho

7 may 2013

Mamar gallo, ¿es bueno o malo?


Por John Acosta

Todo aquel que mame gallo, es amigo mío. Pero en el sentido positivo de la mamadera de gallo. Porque, como explicaré aquí, hay dos significados aceptados del arte de mamar gallo: uno negativo, que no sería arte, y otro positivo, que merece ser elevado a la categoría de arte. Queda claro, entonces, que considero amigo mío al que, haciendo gala de una capacidad única y envidiable, mame gallo, desde la concepción buena de este concepto.