23 jun 2013

El profesor Francisco Turizo me hizo enamorar de la Literatura en Casacará

Por John Acosta

El profesor Francisco Turizo
La sonora carcajada de los estudiantes invadió todos los rincones del salón de clases, salió por los calados de la pared del frente, atravesó la carretera aún sin pavimentar y fue a morir al mercado público del corregimiento de Casacará, donde, a esa hora de la mañana, Gilberto vendía las tres últimas libras de carne de cerdo. Al escucharla, el profesor Francisco Turizo se frenó en seco. No sé si él, en ese instante, supo de qué nos reíamos: nos burlábamos de su inglés. No porque fuera bueno o malo, sino porque era la primera vez que nosotros escuchábamos a alguien hablar en un idioma distinto a nuestro burdo español. “¡Ajá!, ¿cuál es la vaina de ustedes?!”, nos calló el profe.

Jamás he podido olvidar las dos frases en inglés que el profe Turizo nos repetía esa mañana. Casi nunca recuerdo qué traducen al español, pero la imagen de él instándonos a corear “¿Do you want to go?” y “I want to go downtown”, con su piel morena, su bigote abundante y su barriga incipiente quedó por siempre grabada en mi memoria. Casacará era, entonces, un pueblo algodonero que, con sus calles destapadas y sus casas de tablas, atraía gente del todo el país para rebuscarse la vida con todo el proceso de siembra, cosecha, recogida y desmote de este producto agrícola. Era un pueblo de inmigrantes. Y los que estábamos ese día en el salón de clases, éramos hijos de esos hombres y mujeres curtidos, que habían llegado allí en busca de oportunidades de subsistencia.

5 jun 2013

El gas natural domiciliario llega a La Junta

Por John Acosta

El crepitar de las llamas del fogón recién encendido era un estímulo para el alma, adormitada todavía por la despertada reciente. El resplandor de la leña prendida le daba a la silueta de mi abuela un aire sobrenatural: o no sé ahora si esa aureola se la imprimía más mi amor inocente de nieto mimado. O, tal vez, los dos: la luz del fogón más mi visión infantil. Lo cierto es que ver a mi abuela moliendo el maíz, con su mirada perdida en su propia resignación, es la primera imagen que me llega a la mente ahora, más de 40 años después, cuando supe que el gas natural llegaba, por fin, al pueblo del alma.