Por
John Acosta
Burros y humanos: paisaje natural |
Hasta el olor a salitre es
una caricia para el gusto. Se campea por todos los rincones con la complicidad
de la brisa. Ni siquiera el intenso sol logra apaciguarlo. La entonación,
emanada por las olas marinas, parece ser un instrumento más de la orquesta de
esa sinfonía natural, que hace volar el alma hacia lugares recónditos, pero
bellos, para regresar al cuerpo purificada, libre de los tormentos del estrés
contemporáneo. Los granos de arena de la playa, incluso, son halagos que rozan
la piel de los pies y de la espalada, si nos acostamos sobre ella.