Por
John Acosta
Yo regresaba de almorzar y
una estudiante me abordó en el pasillo. “Ay, profe, me dio una tristeza con el
profesor de inglés: ¡se puso a llorar en plena clases!”, me dijo. Y me contó el
resto: que le parece injusto que saquen a los docentes del Instituto de Idiomas
del Caribe, que les apagaron el aire acondicionado, en fin. No necesité mayores
argumentos para intuir de inmediato que algo se estaba fraguando, desde los
bajos mundos, como una reacción tardía para tratar de frenar los avances que se
han logrado para devolverle la dignidad a nuestra querida Universidad Autónoma
del Caribe. Y lo estaban haciendo por el flanco que ellos consideraron más
vulnerable: por el de los estudiantes, jóvenes inquietos que están entre los 16
y 24 años.