Por
John Acosta
Desde que inició este año,
he querido escribir este texto, pero las circunstancias inexorables del destino
siempre me lo impedían. El arranque más reciente lo tuve a principios de la semana
pasada, cuando fui a llevar a mi hija de ocho años al colegio y vi a sus
compañeritos sacando los pupitres para ver la clase afuera del salón, debajo
del frondoso árbol que queda al frente: habían hecho unos arreglos eléctricos y
no llegaba luz al aula. La ira, el sentimiento de culpa y la impotencia invadieron
mi ser, como ha pasado a lo largo de todo este año lectivo; sin embargo, no me
senté frente al computador, a pesar de que el problema duró hasta comienzos de
esta semana. Esta tarde, al ir por mis dos hijas al colegio, la menor me contó
que la alcaldesa iba mañana para este claustro educativo y, entonces, no pude aplazar más este desahogue
de emociones encontradas que me asfixiaban el alma de padre y aquí estoy,
dispuesto a contarle a la primera mandataria de la ciudad lo que padecen nuestros
hijos, los estudiantes de la muy insigne y noble Escuela Normal Superior La
Hacienda.