20 nov 2013

Medellín, ¡qué envidia!

Por John Acosta

El tipo apagó la buseta, se bajó con rapidez y, en un relampaguear sorprendente, lo tuve frente a mí, en la puerta trasera: él afuera y yo adentro, sentado en la silla de atrás, justo la que queda al lado de la salida. El hombre estaba iracundo, desafiante. “Venga, bájese, pa que vea, gonorrea. Yo soy desmovilizado de las autodefensa y no me dejo guevonear de nadie, ¡marica!”, me insistía. Cinco minutos antes, yo había tomado esa buseta urbana. Al notar que el interior estaba oscuro, le solicité al señor que encendiera la luz. “Está dañada”, me respondió, con su acento paisa. Le dije que, entonces, no hubiese salido así, pues esa circunstancia facilitaba el accionar de los ladrones dentro del vehículo. Esa aseveración desafortunada de mi parte, fue el detonante para que el hombre me gritara todo tipo de improperios. El caso no pasó a mayores por la reacción de los otros pasajeros, que me apoyaron. Sucedió en Barranquilla, ciudad caribeña de Colombia, donde la mamadera de gallo es ley social.