31 mar 2014

Diomedes Díaz, ¿de burrero, en la adolescencia, a mujeriego, en la fama?

 Por John Acosta @Joacoro

Diomedes Díaz, en sus inicios
El adolescente Diomedes Dionisio Díaz Maestre estaba a punto de expulsar feliz toda esa energía juvenil acumulada en su humanidad de muchacho pobre, que no tenía maneras de pagarle a una mujer de vida difícil para que le hiciera el favor de ayudarle con esas necesidades biológicas de ímpetus precoces. Jorge Félix Acosta Mendoza, su amigo de travesuras de esa tarde pasional, vio cuando al futuro cantante famoso le blanquearon los ojos de emoción. Y, entonces, no solo le soltó la burra que él le sostenía por la cabeza, sino que, además, se la espantó, muerto de la risa. Diomedes Díaz, con su animal erguido blandiendo su satisfacción inconclusa, le agitaba sus brazos al impertinente amigo. “¡Nojoda, Oge, esa vaina no se hace!”, le decía, mientras veía perderse en el monte, a todo galope, la autora de esa desdicha momentánea.

La Junta era un caserío de gente conservadora, en donde los jóvenes debían conformarse con mirar, desde las inmensas piedras del río, que divide a La Junta en dos, a la contemporánea de sus amores, la misma que lavaba su ropa al lado de la madre vigilante. No había ninguna zona de tolerancia en donde ellos pudieran suplir sus penurias varoniles de hombres en despunta, ni tenían dinero para costearse la ida a San Juan del Cesar, la cabecera del municipio, a buscar el sitio adecuado para esos quehaceres de amores fugaces. De manera que la única opción posible era el monte, en el que siempre estaba dispuesta la burra mansa que pastaba desprevenida. O los corrales de ordeño que cada casa juntera tenía en su patio trasero, en los cuales habían vacas al gusto de todos. (Click aquí para leer otra crónica sobre los comienzos de Diomedes Díaz, en La Junta)