El pecho se hincha de
orgullo, en las venas corren turbulentos caudales, el cerebro es inundado por
fuertes ráfagas de pensamientos emotivos, los pulmones están a reventar por ese
aire que atraganta en la boca el grito mezclado de impotencia y felicidad.
Hasta que, por fin, explota todo y se escucha con nitidez y potencia la
expresión que fabricó cada uno de los órganos del cuerpo: “¡Gracias, muchachos;
gracias, Selección Colombia!”. Todavía la imagen de Jame Rodríguez, con su
rostro desencajado por el llanto, está fresca en la mente. Todavía hay quienes
siguen viendo lo que los periodistas colombianos de televisión improvisan desde
Brasil. Todavía la tristeza campea hasta por los lugares más recónditos del
alma colombiana.