Por John Acosta
En cualquier conflicto armado,
hay una desconfianza obvia entre las partes. Precisamente, los procesos de paz
deben, antes que nada, reducir al mínimo esa inseguridad que se tiene del otro.
En el caso nuestro, el más de medio siglo de confrontación entre el Estado
colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) ha
incrementado el nivel de paranoia entre los dos. Lo contradictorio de todo esto
es que los 32 años de conversaciones para tratar de buscar una solución
política al conflicto armado interno que nos desangra, a cambio de limar esas
asperezas, lo que ha hecho es incrementarlas, pues las sucesivas interrupciones
de los procesos, en los diferentes gobiernos legítimos que han intentado acabar
la echadera de balas por la vía del diálogo, ha levantado nuevas ampollas en
ambos (haga click aquí para ver un recuento de esos 32 años de conversaciones de paz con los diferentes gobiernos). Lo peor del asunto es que, sumada a esa desconfianza natural entre los
bandos enfrentados, ha surgido otra: la del pueblo hacia el proceso. Esas
decepciones continuas, sufridas por la gente del común, que pone sus esperanzas
de vivir en paz en cada inicio de conversaciones, lo han llevado a desconfiar,
cada vez más, en el largo proceso de exploración para alcanzar la convivencia
armoniosa. Se debe, por tanto, allanar el camino para recuperar y afianzar la
confianza entre las partes (Estado y Farc) y, sobre todo, del pueblo en la
determinación justificada de respetar las diferencias. La Universidad Autónoma
del Caribe, bajo el liderazgo de su rector, Ramsés Vargas Lamadrid, ya está
aportando esfuerzos para la reflexión en torno a este noble propósito.