Por
John Acosta
Confieso que solo veo fútbol
cuando juega la selección Colombia o cuando el Junior está en la final. Y si
van perdiendo el partido, apago el televisor o cambio de canal. Sí, ya sé: soy
un mal hincha. Tampoco veo la sección de Deportes (ni de Farándula, por supuesto)
en los noticieros, ni la leo en los periódicos. Hace muchos años que no veo una
pelea de boxeo. Así es: son las dos únicas competencias que alcanzan a llamar
mi atención. Una cosa sí es segura: ambas las disfrutaba mejor en la narración
de Édgar Perea. Es más, me acerqué a estas dos prácticas, quizás, por la
magistral manera con que El Campeón jugaba con los sentimientos de los hinchas;
sin embargo, debo admitir que hubo algo que me resintió muchísimo del gran
Édgar Perea: la traición que le pegó a lo que más sabe hacer para meterse a la
política. Ha pasado con escritores, cantantes, periodistas, en fin: cuando
dejan lo que han hecho con lujo de detalles para incursionar en un mundo ajeno
a ellos, no les sale bien.