23 jul 2016

Un indígena wayuu que fue supervisor en el Cerrejón

Fermín Ipuana Epiayú, en su época de empleado de Intercor
Por John Acosta
Fue en una época de cosecha de mango. Los estudiantes del Liceo Padilla correteaban felices por los pasillos del colegio. Con sus camisas empapadas de sudor y sus mo chilas de fique cargadas de cuadernos atrasados. Se ponían sobrenombres. Algunos jugaban fútbol en el patio cercado, envueltos en el fuego fastidioso del sol peninsular. Otros preferían quedarse en pequeños grupos debajo de la sombra protectora de cualquier trupillo casual, comentando con sarcasmo las incidencias ocurridas en clases con algún profesor exigente. Estaban en la hora del descanso.
Entonces sucedió. Los muchachos más traviesos del tercer año de bachillerato habían llevado una mano de mangos maduros. Ahogados en el turbulento mar de la euforia juvenil, la pandilla de estudiantes disfrutaba el sabor tropical de la fruta de moda. Caminaban por los corredores del segundo piso. A alguien del grupo se le ocurrió lanzar al aire la pepa de su desgracia. Ese arrebato repentino, motivado en un instante fugaz, se convirtió en la idea más impertinente del mundo: la semilla cayó justo en el centro de la calva del rector, que nunca antes en su vida académica había salido de su oficina en recreo.