Por
John Acosta
Los hechos se empecinan en demostrar
que, al parecer, ha regresado la misma estrategia pueril de la anterior campaña
presidencial colombiana como arma trapera para desacreditar al contrincante,
ahora en otra campaña electoral, la del plebiscito.
La campaña presidencial de
2014 se caracterizó por la guerra sucia entre los candidatos más opcionados:
Juan Manuel Santos a la reelección, apoyado por los partidos de la U, Liberal y
Cambio Radical, y Óscar Iván Zuluaga, del partido Centro Democrático. (Lea aquí: Queremos propuestas, no agravios, señores Santos y Zuluaga) El país
presenció, impávido, los ataques de lado y lado, que, incluso, rayaban en la
bajeza. Por supuesto, en estas batallas por la degradación moral y sicológica
del adversario tenía las de ganar quien ostentaba el máximo cargo de la
República, pues contaba a su disposición con toda la parafernalia económica, militar, política y hasta jurídica
para responder los ataques del contrincante y fabricar el riposte con la mayor
contundencia posible para polvorizar al enemigo. (Lea aquí: La ultraizquierda y lo más granado de la oligarquía santafereña en un mismo costal: ¿otro falso positivo? )Y, finalmente, lo logró. Óscar
Iván Zuluaga solo contaba con el apoyo tácito del procurador de entonces,
Alejandro Ordóñez; el presidente Juan Manuel Santos, con el Fiscal de la época (Luis
Eduardo Montealagre), con el Congreso, con las cortes Suprema de Justicia y la
Constitucional, el Consejo de Estado, el Consejo Nacional Electoral, los
organismo de seguridad del Estado, los medios de comunicación masiva, en fin. (Lea aquí: ¿El Fiscal Montealegre y los medios de comunicación asimilaron el golpe de la primera vuelta?)