20 jun 2017

Bancoomeva: 20 días de negligencia me mantienen sin carro (II)

El carro, en el parqueadero en donde lo guardó el juzgado
Por John Acosta

Ha culminado otro largo fin de semana (con festivo incluido) sin el vehículo familiar con el que solemos pasear con mi señora y mis hijas. Ya es el tercer fin de semana con esta angustiante y penosa situación. La razón es que Bancoomeva no llevó a tiempo al juzgado el memorial de terminación del proceso por cancelación total de la deuda que yo tenía con esa entidad bancaria y que, por motivos que ya expliqué en un escrito anterior, no había podido pagar. La pagué en su totalidad, gracias a los malabares que este banco inhumano me obligó hacer para ello, pero la oficina jurídica de Bancoomeva, tan diligente para mortificarme la vida y para tratar de condenarme en los estrados judiciales, fue negligente para notificarle al juez mi pago total. Y la orden de secuestro de mi vehículo, cuya existencia yo desconocía por completo, deambulaba por las calles de la ciudad de la mano de los policías para ejecutarla, como, efectivamente, ocurrió. De esa bochornosa situación, que también describí en ese escrito al que me referí arriba y publicado también en este blog, han transcurrido ya más de 20 días. El documento notificativo apenas fue entregado por Bancoomeva al juez la mañana siguiente en que me quitaron el carro. Y lo peor: cuando ya creía que, finalmente, me devolverían el automóvil, el juzgado encontró otra falla de Bancoomeva: su abogado no tenía las facultades para la terminación del proceso. (Aquí puede leer primer artículo sobre el caso Bancoomeva)

19 jun 2017

Oda para que tío Ito vuelva a ser el de antes

Por John Acosta

Carmen y tío Ito, en sus viejas época
 de enamorados
Yo sentía el cosquilleo en mi cabeza y abría los ojos somnolientos aún por la desadormecida reciente y veía la claridad tenue de la linterna, que intentaba inundar la sala con su luz amarillenta por las pilas viejas: era tío Ito que me despertaba, como de costumbre, con la yema de sus dedos como escarbando entre mi cabello ensortijado. Mientras él prendía la lámpara de querosén que colgaba en la parte superior del umbral de la puerta que comunicaba las dos únicas habitaciones de la casa de barro, yo me estiraba en mi hamaca para tratar de alejar rápidamente los últimos vestigios de flojera que me quedaban por el despertar abrupto. Me sentaba con los pies colgantes y me ponía los zapatos que dejaba en la noche debajo de la dormilona colgante. Tío Ito destrancaba la puerta del patio, que era el tronco partido a lo largo por la mitad de lo que fue un grueso árbol, y el frío de la madrugada se acentuaba dentro de la vivienda artesanal. Después de descolgar mi hamaca,  iba trastabillando hasta la tinaja que estaba en un rincón y sacaba el agua en una totuma para lavarme la cara y enjuagarme la boca en el patio. Todo eso me llega a la mente hoy, más de cuarenta años después, cuando tío Ito no es ni la seña de lo que fue, a pesar de que todavía le quedan fuerzas físicas de sobra para volver a ser el toro de lidia que todos admirábamos.

1 jun 2017

Bancoomeva debe indemnizarme por su pérdida de cooperativismo (I)

¿La facilita, realmente?
Por John Acosta

El policía tomó los papeles que me pidió y se fue para detrás de mi automóvil. Pensé que es la misma actitud que toman siempre para obligar a que uno se baje, llegue hasta donde están  y les ofrezca “la liga”, que es la forma elegante como llaman al soborno. Jamás he sido partidario de semejante acto de corrupción. De modo que me quedé dentro del vehículo.  A través del retrovisor, lo vi acercarse de nuevo. Venía erguido, con la actitud desafiante de quien sabe que tiene en sus manos la sentencia condenatoria. “Este vehículo queda detenido porque tiene una orden de secuestro”, me espetó sin dilaciones. “¡¿Sííí?!”, pregunté aturdido todavía por la sorpresa. Entonces, me mostró la orden, que leí desde sus manos: solo vi Bancoomeva y secuestro, ambas en mayúscula sostenida. Hacía más unos dos meses había saldado toda la deuda que yo tenía con esa entidad, pero no me iba a poner a discutir eso con un policía, que, se suponía, ejecutaba una orden judicial. “Bueno, mi hermano, tómelo, el carro es suyo”, le dije impotente. “No, tiene que conducirlo hasta un parqueadero que tenemos. Yo me subo a su lado y usted sigue a mi compañero de la moto”, me contestó el agente.