Por
John Acosta
La vieja Carmen Daría sintió
que la sangre se le calentó en un santiamén, cuando salió esa mañana al inmenso
patio de su casa y se encontró con que los muchachos del pueblo le habían
tumbado otra vez parte del alambre de púa que tenía en su cerca. No era la
primera vez que lo hacían: los palos de mango que tenía sembrados eran
virtuosos en cosecha y los pelaos del caserío se pasaban la cerca para
disfrutar de la sabrosura de esas frutas maduras. Entonces, la anciana Carmen
Daría, mientras parapetaba nuevamente los alambres caídos, echaba mano de su
arsenal de insultos y desahogaba su rabia echándoles lengua a los niños intrusos
que osaban invadir su propiedad para saciar los deseos de comer. Sus nietos le reprendían porque ella
sobrevaloraba unos mangos que se podían regalar; la vieja Carmen Daría les
aclaraba a gritos: “¡No son los mangos, es la cerca!”. Y proseguía con su
retahíla. Esa historia me llega a la mente, a propósito de la respuesta que me da
Bancoomeva, en la que, una vez más, insisten en su sucia estratagema de desviar
el motivo de mi justa queja (sobre una negligencia de este banco) para
encasillarla hacia una demanda (de esa entidad contra mí). Nunca he negado que esa
entidad tiene el deber de recuperar su cartera vencida. Jamás he desconocido
ese legítimo derecho que le asiste como entidad financiera. Mi queja ante
Bancoomeva no es, pues, la demanda contra mí (que para el símil con la vieja
Carmen Daría corresponde a los mangos) sino a la negligencia en que incurrió
Bancoomeva al no informarle al juez a tiempo que yo había pagado la totalidad
de la deuda (lo que corresponde a la cerca, en el símil con doña Carmen Daría):
no son los mangos (la demanda), es la cerca (la negligencia en que incurrió), señores
de Bancoomeva.